El país de los contrastes
Cual reflejo de la naturaleza humana, la sociedad costarricense inspira o decepciona dependiendo por dónde se le mire.
En una semana, confluyeron motivos para la alegría y razones para la tristeza, augurios de una Patria que se debate entre el bien y el mal, entre levantar las alas o seguir chapoteando en el barro.
Elevado por el esfuerzo, la entrega y el sacrificio al punto más alto del planeta, el escazuceño Warner Rojas demostró que el costarricense es capaz de sobreponerse a todos los obstáculos para alcanzar sus metas.
De pie sobre la cima del Monte Everest, a 8.848 metros sobre el nivel del mar y con su bandera tricolor en la mano, Warner encarna la determinación de quien conoce su propio potencial y camina en la dirección correcta, con la pasión de un atleta y la fe de un hombre de Dios. Honor y orgullo nacional.
En el otro extremo del péndulo, durante esos mismos días se conocieron más detalles sobre la corrupción alrededor de la trocha construida sin ninguna planificación junto al fronterizo río San Juan, y paradójicamente bautizada con el nombre de un costarricense ejemplar como Juan Rafael Mora Porras.
Servidores públicos que debieron resguardar el supremo interés nacional, supuestamente habrían aprovechado el estado de conmoción nacional por la invasión en isla Calero para enriquecerse, sirviéndose de recursos que nos pertenecen a todos y a pesar de una importante obra que es patrimonio colectivo. Descaro y verguenza nacional.
Un día después, un humilde recolector de basura, un campesino alajuelense si más bienes que su nombre, Juan Cortés, irrumpe en una vivienda en llamas para arrancar de los brazos de la muerte a una pequeña de cuatro años.
No sólo El Coyol de Alajuela le debe a Juan Cortés un monumento, o por lo menos una beca para que pueda estudiar, el premio nacional al mérito ciudadano debería ser para él, o para los que como él están dispuestos a dar la vida por los hermanos. Ejemplo y valor nacional.
Apenas el aire se hacía más respirable, la prensa informaba de la reacción airada de quienes defienden las absurdas peleas de gallos, un repugnante espectáculo tan sangriento como extendido en el país.
No entienden, o no quieren entender los defensores de esta detestable práctica que la violencia engendra violencia, y que el ser humano no puede ser el depredador de la creación porque se destruye a sí mismo. Turbación y cobardía nacional.
Podríamos seguir enumerando hechos, pero el punto es, como afirmó el Papa Benedicto XVI el día de Pentecostés, que vivimos tiempos de confusión, en los que Dios parece obsoleto e inútil.
Porque detrás de todos los signos que nos desalientan está el pecado, y detrás de todos los signos de esperanza y alegría está el bien. Y la armonía que necesitamos como nación solo puede provenir del Espíritu de Dios que recrea las cosas.
él es capaz de poner entendimiento y unidad donde hay alienación y división, de convertir el egoísmo, la violencia, la enemistad, la discordia, los celos y la discordia en amor, alegría, paz, comprensión y bondad.
Recuperemos como país la capacidad de creer en lo bueno y el valor de actuar en consecuencia. Seremos entonces el país de la racionalidad y la coherencia, y podremos todos, como Warner, caminar seguros hacia nuevas cumbres.
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