Laura Ávila Chacón, lavila@elecocatolico.org
¿Quiénes son los responsables de la educación sexual de los niños y adolescentes? ¿A quiénes corresponde verdaderamente enseñarles sobre la sexualidad humana?
Antes de responder a estas preguntas es preciso recordar que toda educación empieza en el hogar. Son los padres de familia los primeros educadores y orientadores de sus hijos en temas fundamentales como los valores humanos, la fe y la sexualidad.
Esta premisa recobra vigencia en estos momentos, cuando el Ministerio de Educación Pública anuncia que a partir del próximo año se pondrán en marcha los nuevos programas de educación sexual en los colegios del país.
Dicha cartera implementará dentro de sus programas aspectos como la orientación sexual de los individuos, las relaciones genitales, el placer sexual y los tabúes culturales relacionados con el uso de anticonceptivos, entre otros.
Ahora que los textos se conocen en su versión definitiva, las observaciones de parte de la Iglesia apuntan a que, si bien los programas representan un gran esfuerzo por parte del ministerio, dejan de lado aspectos que pueden llevar a los jóvenes a interpretar la sexualidad de una forma errónea. (Ver módulo)
Tarea primera de los padres
Al dar la vida, los padres cooperan con el poder creador de Dios y reciben el don de una nueva responsabilidad: no sólo la de nutrir y satisfacer las necesidades materiales y culturales de sus hijos, sino, sobre todo, la de transmitirles la verdad de la fe hecha vida y educarlos en el amor de Dios y del prójimo.
Por eso, la Iglesia siempre ha afirmado que los padres tienen el deber y el derecho de ser los primeros y principales educadores de sus hijos.
Con palabras del Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que “los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la dignidad, tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el seno de la misma familia”.
En la exhortación apostólica Familiaris Consortio, el beato Juan Pablo II insiste en que esto vale particularmente en relación a la sexualidad: “La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres”.
Creados para amar
El Pontificio Consejo para la Familia publicó en 1995 un documento esclarecedor en torno al tema. Se denomina ‘Sexualidad humana: verdad y significado’.
En dicho esfuerzo se plasma la rica visión que la Iglesia posee de la sexualidad, empezando por el hecho de que el hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar. Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano. Todo el sentido de la propia libertad, y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con Dios y con los demás.
Enseña el dicasterio que la persona es, sin duda, capaz de un tipo de amor superior: no el de concupiscencia, que sólo ve objetos con los cuales satisfacer sus propios apetitos, sino el de amistad y entrega, capaz de conocer y amar a las personas por sí mismas.
Hablamos de un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor de Dios: se ama al otro porque se le reconoce como digno de ser amado. Un amor que genera la comunión entre personas, ya que cada uno considera el bien del otro como propio. Es el don de sí hecho a quien se ama, en lo que se descubre, y se actualiza la propia bondad, mediante la comunión de personas y donde se aprende el valor de amar y ser amado.
La sexualidad es un don
Feminidad y masculinidad son dones complementarios, en cuya virtud la sexualidad humana es parte integrante de la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y en la mujer. La sexualidad humana es un bien: parte del don que Dios vio que “era muy bueno” cuando creó la persona humana a su imagen y semejanza, y “hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27).
En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin el amor, más precisamente el amor como donación y acogida, como dar y recibir. La relación entre un hombre y una mujer es esencialmente una relación de amor. Por eso la sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere calidad humana.
Cuando dicho amor se actúa en el matrimonio, el don de sí expresa, a través del cuerpo, la complementariedad y la totalidad del don; el amor conyugal llega a ser, entonces, una fuerza que enriquece y hace crecer a las personas y, al mismo tiempo, contribuye a alimentar la civilización del amor; cuando por el contrario falta el sentido y el significado del don en la sexualidad, se introduce “una civilización de las ‘cosas’ y no de las “personas”; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas.
Un signo revelador de la autenticidad del amor conyugal es la apertura a la vida: En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco “conocimiento..., no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana.
El dominio de sí
La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de sí, libre de toda esclavitud egoísta. Esto supone que la persona haya aprendido a descubrir a los otros, a relacionarse con ellos respetando su dignidad en la diversidad.
La persona casta no está centrada en sí misma, ni en relaciones egoístas con las otras personas. La castidad torna armónica la personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior. La pureza de mente y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de sí y al mismo tiempo hace capaces de respetar a los otros, porque ve en ellos personas, que se han de venerar en cuanto creadas a imagen de Dios y, por la gracia, hijos de Dios, recreados en Cristo quien “os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2, 9).
La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado.
Cuatro principios clave
En torno a la información respecto a la sexualidad, la Iglesia recomienda a los padres de familia al menos cuatro principios:
• Todo niño es una persona única e irrepetible y debe recibir una formación individualizada. Puesto que los padres conocen, comprenden y aman a cada uno de sus hijos en su irrepetibilidad, cuentan con la mejor posición para decidir el momento oportuno de dar las distintas informaciones, según el respectivo crecimiento físico y espiritual. Nadie debe privar a los padres, conscientes de su misión, de esta capacidad de discernimiento.
• La dimensión moral debe formar parte siempre de las explicaciones. Los padres podrán poner de relieve que los cristianos están llamados a vivir el don de la sexualidad según el plan de Dios que es Amor, en el contexto del matrimonio o de la virginidad consagrada o también en el celibato. Se ha de insistir en el valor positivo de la castidad y en la capacidad de generar verdadero amor hacia las personas: este es su más radical e importante aspecto moral; sólo quien sabe ser casto, sabrá amar en el matrimonio o en la virginidad.
• La educación a la castidad y las oportunas informaciones sobre la sexualidad deben ser ofrecidas en el más amplio contexto de la educación al amor. No es suficiente comunicar informaciones sobre el sexo junto a principios morales objetivos. Es necesaria la constante ayuda para el crecimiento en la vida espiritual de los hijos, para que su desarrollo biológico y las pulsiones que comienzan a experimentar se encuentren siempre acompañadas por un creciente amor a Dios Creador y Redentor y por una siempre más grande conciencia de la dignidad de toda persona humana y de su cuerpo.
• Los padres deben dar una información con extrema delicadeza, pero en forma clara y en el tiempo oportuno. Ellos saben bien que los hijos deben ser tratados de manera personalizada, de acuerdo con las condiciones personales de su desarrollo fisiológico y psíquico, teniendo debidamente en cuenta también el ambiente cultural y la experiencia que el adolescente realiza en su vida cotidiana.
¿Y la dimensión espiritual?
Monseñor Vittorino Girardi Stellin, Obispo de Tilarán-Liberia y responsable de la Comisión Nacional de Educación de la Conferencia Episcopal, asegura que en los programas para la afectividad y la sexualidad que aprobó el MEP el objetivo no está logrado concretamente en lo referente a la dimensión espiritual; “pues nunca se explica qué se entiende con este término, ni se indica qué implica”.
Lo mismo sucede en su opinión cuando se habla en torno a la dimensión reproductiva de la sexo-genitalidad, pues solo se relaciona con la dimensión del placer. Según el Prelado, “nunca se afirma ni implícitamente que el placer sexual atrae mucho, pero da poco. Nunca se indica que cuanto más placer se busca, más daño se causa, como el placer del alcohol, de la droga, de la pornografía, del sexo mismo”.
En el programa, a su criterio, saltan a la vista mitos como el del placer (es la palabra que más se repite), el mito del varón-malo, en relación a la mujer y el mito de la información, dejando en la sombra la necesidad de la educación y de la decisión para no dejarse arrastrar por el impulso de las energías sexuales.
Por otra parte en alusión al tema del condón masculino y femenino y la toma de decisiones con respecto a su uso, Girardi, critica que nunca se les menciona a los adolescentes que el uso del condón no ha disminuido necesariamente los embarazos y los abortos. “Nunca se hace notar que la insistencia en el preservativo, en nuestro discurso con adolescentes, fácilmente es acogido como permisividad e inclusive como facilitación de lo que procura placer desvinculándolo de toda responsabilidad”, asegura.
Finalmente, el éxito de estas guías según él, dependerá fundamentalmente de la preparación, calidad e intenciones del profesor: “Corresponderá a él o ella, completar los enfoques y escoger aquellas dinámicas que posibiliten una visión y educación integrales y poder crear un ambiente de adecuada confianza y respeto para tratar temas tan delicados y complejos”.