En esta temporada de anidación, 33 tortugas baula salieron del mar para depositar sus huevos en la arena de las playas Grande y Ventanas, en Guanacaste.
El dato lo reveló la organización The Leatherback Trust (TLT) y lo confirmaron las autoridades del Parque Nacional Marino Las Baulas, en Guanacaste, que es el área protegida a la que pertenecen estas playas.
La baula (Dermochelys coriacea) es la más grande de las tortugas marinas y, contrariamente a las otras especies, su caparazón es suave como un cuero.
Está considerada en peligro de extinción, dado que en los últimos 20 años su población ha decaído en más del 90%.
En la temporada de 1988-1989 se contabilizaron 1.504 tortugas en Playa Grande, esta cifra pasó a 1.000 en 1992-1993 y paulatinamente fue bajando hasta registrar 32 quelonios en 2008-2009.
Sin embargo, los investigadores consideran que esa cifra puede aumentar a 38 tortugas cuando se cuenten todos los ejemplares que anidaron en el Pacífico norte, entre el 20 de octubre del 2011 y el 15 de febrero del 2012.
Consecuencias del pasado. La disminución en la cantidad de tortugas es resultado del saqueo de nidos y robo de huevos ocurrido en las décadas anteriores a 1990.
Según Rotney Piedra, investigador y administrador del Parque Nacional, eso imposibilitó que nuevas tortugas nacieran y, por tanto, ahora existen menos adultos.
Como estos animales se reproducen cuando tienen entre 15 y 30 años, eso quiere decir que las tortugas que ahora desovan en playas Grande, Ventanas y Langosta son las que sobrevivieron al saqueo.
“Desde que se creó el Parque Nacional, primero como refugio en 1991 y luego por ley en 1995, se erradicó el saqueo de nidos y robo de huevos. Ese esfuerzo de conservación se verá en los próximos años. Por esa razón, no hay que bajar la guardia”, comentó Piedra.
Para el investigador, una buena señal de estas mejoras es la cantidad de tortugas que llegan a desovar por primera vez a un lugar.
A eso se le llama la tasa de reclutamiento. En el caso de playas Grande y Ventanas, así como Langosta, esta tasa va de 35% a 51%.
“La fidelidad de las tortugas a una zona geográfica se demuestra cuando ellas vuelven a anidar a sus playas de origen”, manifestó Piedra.
Tras décadas de estudio. Los primeros investigadores llegaron a Playa Grande en 1988. En ese momento se colocaron unas placas metálicas para identificar a las tortugas que arribaban allí.
Ya en 1993 se empezó a usar microchips del tamaño de un grano de arroz, los cuales se colocan en la parte alta de la aleta. El microchip tiene un número que es único y viene a ser como la cédula de la tortuga marina.
Desde entonces, cada vez que llega un quelonio a la playa se le pasa un escáner para leer ese número y así se conoce cuándo fue la primera vez que anidó, cuántas veces ha llegado a esa playa y cada cuándo regresa.
De esta forma, Juliane Koval –coordinadora del trabajo de campo de TLT– supo que esta fue la primera temporada de anidación para seis tortugas baula.
También se toman datos como el tiempo que dura cada etapa del proceso de anidación, cuánto mide el caparazón, se observa si tiene heridas, se cuentan los huevos que deposita en el nido y se toma la temperatura de este.
Cuando hay riesgo de ser inundados por la marea, los nidos se reubican en un vivero. Esta temporada se hizo necesario reubicar seis nidos.
En cuanto a los nidos que quedan en la playa, según Koval se marcaron unos 146 aunque se calcula que pueden haber unos 250 dado a que una tortuga anida unas siete veces por temporada.
El 50% de los huevos ya nacieron y aún faltan unos 40 nidos en eclosionar (salir del huevo).
De los que nacen, el 35% son tortuguitas que logran llegar a la superficie. Sin embargo, su camino a la sobrevivencia no termina ahí. Aún deben recorrer unos cuantos metros en dirección al mar y 11% de los neonatos son depredados en este recorrido por aves, perros u otros animales.
Ya en el agua, la pesca y el cambio climático se convierten en las nuevas amenazas.
Las tortugas que sobreviven y se convierten en adultas vuelven cada cuatro años a la playa que las vio nacer para dar un nuevo comienzo al ciclo de la vida.