Ataque de buque ecologista contra pequeña lancha puntarenense hace 10 años
A las 5:30 a.m. del 22 de abril del 2002, la lancha puntarenense Varadero I –con siete tripulantes, todos de baja escolaridad– yacía a la deriva... a merced del mar en aguas del Pacífico de Guatemala.
Llevaban varias horas intentando encender el viejo motor sin lograrlo, siendo arrastrados, lenta, pero inexorablemente, hacia un sector marítimo al que ningún pescador artesanal en su sano juicio osaría adentrarse.
Sabían que de encontrarse con autoridades navales de ese país centroamericano, la podían pasar muy mal.
Algunos habían escuchado historias tenebrosas sobre las cárceles de Guatemala, maltrato y juicios.
El temor era que nadie creyera su versión acerca de la falla mecánica porque para entonces las líneas de pesca – de varios kilómetros de largo– también se encontraban en plena faena, en las profundidades de las ricas aguas guatemaltecas.
Temerosos de ser detenidos, decidieron recoger con prisa las redes para intentar, una vez más, arrancar el motor y alejarse de esa zona.
Así dan cuenta los testimonios rendidos ante las autoridades costarricenses.
El chapoteo de las olas contra el casco de madera del Varadero I parecía un grito ahogado que se llevaba el viento a ningún lugar.
Nadie pudo haber adivinado que ese no era un día de suerte para la lancha pesquera puntarenense y sus marineros.
Los esperaba un negro abril... y la peor pesadilla de sus vidas.
Agresión
“Como a las 6:30 a.m. empezamos a recoger el equipo. En ese momento nos interceptó un barco”, reza, escrito a mano y con numerosas faltas ortográficas, un maltrecho cuaderno que servía de bitácora al Varadero I.
Los pescadores se referían a un gran barco cuyo casco de acero, pintado de negro, parecía romper con furia la piel azulada del mar.
Varios hombres levantaban sus brazos y gritaban cosas que ninguno de los costarricenses pudo entender. En uno de sus costados se podía leer, en grandes letras: Sea Warrior.
Pasaron algunos minutos; para los ticos fueron horas. De pronto la voz áspera de un hombre – en un parlante– los hizo temblar.
Sin muchos rodeos les informó que serían escoltados hasta el puerto San José de Guatemala para ser juzgados por pesca ilegal.
Eran órdenes de la Naval de Guatemala, habría asegurado el capitán del navío, el canadiense Paul Watson.
El activista, detenido a principios de semana en Alemania ante una petición de Costa Rica, es conocido y admirado como “el terror de los mares” por su lucha frontal, a muerte, contra balleneros y pescadores ilegales.
La tripulación tica sintió pánico. Estaban a merced de desconocidos que se acercaban amenazantes. Atinaron a pedir autorización para continuar levantando las líneas de pesca.
Los tripulantes del enorme barco filmaban y fotografiaban continuamente a los del Varadero I, quienes no entendían sus intenciones.
Poco después, los ecologistas lanzaron un grueso mecate para remolcarlos hacia Guatemala. Para su mala fortuna, el motor del Varadero I se recalentó.
El capitán Mario Alberto Aguilar Segura les informó de la situación; eso empeoró las cosas. Le ordenaron seguir –a baja velocidad– al Sea Warrior. Junto a aquel navío, el frágil Varadero I parecía de juguete.
A unas 150 millas de la costa, Aguilar logró comunicarse con la Isla del Coco. Se enteró que Watson no tenía autorización para detenerlos y por eso el capitán tico optó por el escape.
Varadero I bajó la velocidad y sin avisar a sus captores, enrumbó mar adentro, lo más lejos posible de Guatemala y del Sea Warrior.
Perseguidos y atacados
“Ellos nos siguieron y nos tiraron agua. Nos embistieron con el barco varias veces. Yo los esquivaba. Nos tiraban bombas chirribones, como las de matar atún.
“Nos tiraban señales rojas encima del barco y balas hacia arriba. Nos seguían arrojando bombas y agua. Nosotros estábamos muy asustados”, declararía el capitán, cinco días después, a la Fiscalía de Puntarenas.
En mar abierto, sin nadie que pudiera ayudarlos y sin testigos, el ataque de los furiosos ambientalistas fue aún más violento.
“Seguimos hacia adelante porque nos intentaban matar. Como a la sétima ocasión, nos agarró el barco y nos quebró la cabina. Nos quebró los camarotes; nos quebró las barandas.
“Les dijimos que si querían hundirnos, que lo hicieran. Otros de mis tripulantes clamaron clemencia”, declaró Aguilar.
El golpe fue brutal. Faustino Gómez Cortés y Juan Carlos Reyes Onorio, resultaron heridos durante el impacto y tuvieron que soportar el dolor durante varios días hasta recibir ayuda médica, a su arribo a Puntarenas.
“Su intención era hundirnos y que nos muriéramos en el mar”, declaró Antonio Mena Ugalde.
Cañones de agua, disparos de escopeta al aire, bombas similares a las de turno estallando una tras otra mientras el capitán Aguilar maniobraba para evitar ser hundidos...
Sacaron bandera pirata
El pescador Juan Carlos Reyes reveló detalles de aquel desigual enfrentamiento.
“De pronto vimos en la proa una bandera negra con el símbolo de una calavera y un gancho como de un bastón. Vimos a un hombre que salió con una escopeta y disparó al aire”, rememoró.
El Varadero I sufrió severos daños y de haber recibido otros golpes, se habría hundido con sus siete tripulantes. Para entonces, estaban merced del “terror de los mares”.
“Les gritamos que nos dejaran. Preguntamos que si no tenían hijos, pero no respondían nada”, dijo Juan Rafael Campos, otro pescador. Él llegó a pensar que moriría lejos de casa.
Con el Varadero I severamente golpeado (la cabina arruinada, igual que los camarotes), un marinero de origen español sirvió de traductor a Watson, quien con voz enérgica los conminó a seguirlos “tranquilamente” hasta el puerto San José de Guatemala. Les advirtió que “les podía ir peor.
Asustados, convencidos de que una nueva embestida les costaría la vida, siguieron entonces al Sea Warrior durante varias horas. A unas 65 millas de las costas guatemaltecas, el “terror de los mares” se alejó de pronto abandonando a su presa.
El instinto de supervivencia pudo más que el miedo y el capitán Aguilar se dirigió entonces hacia Puntarenas. Aunque maltrechos, arribaron el 27 de abril del 2002. Hoy estos siete pescadores esperan justicia.
No descartan conciliación
Aunque el ambientalista internacional Paul Watson (61 años) fue detenido en Alemania, su extradición al país podría no concretarse.
Así lo reveló el abogado Luis Alberto Peraza, representante de Franklin Martínez, dueño de la embarcación pesquera Varadero I.
Según dijo, eventualmente, podrían llegar a un arreglo extrajudicial, lo que evitaría el juzgamiento de Watson.
Peraza fue claro en que su cliente reclama el pago de al menos ¢100 millones por los daños sufridos por parte del barco Sea Warrior.
Este último es propiedad de Sea Shepherd Conservation Society (1977), organización no gubernamental, protectora de focas, delfines, ballenas, tiburones y otros animales marinos. El miércoles Peraza dijo a Al Día, en su oficina de Esparza, que contactaron a la firma de abogados que representará a Watson.