Sonia Ulate Fallas- Cartago, 2010
"En verdad, lo que pretenden los/as opresores/as es transformar la mentalidad de los/as oprimidos/as y no la situación que los/as oprime. A fin de lograr una mejor adaptación a la situación que, a la vez, permita una mejor forma de dominación".
Pablo Freire
Pablo Freire
Hay quienes insisten en hablar sobre violencia escolar, refiriéndose a la violencia que ejercen ciertos estudiantes contra compañeros (bulling) y profesores, sobre la inseguridad y falta de respeto a las que se ve sometido el profesorado en su trabajo diario, y lo exponen, como siempre, de una forma atomizada y descontextualizando el problema.
Ante esta forma de interpretación, nos posesionamos en el enfoque Histórico Cultural, desde donde planteamos la necesidad de que hablemos de violencia en los centros educativos y no de violencia escolar, pues, según Zerbino (2001:137) ésta “denominada “violencia escolar” no es la expresión de ninguna verdad sustancial, sino que es un síntoma”. Es decir, cuando acontece un episodio violento estamos presenciando la punta de un iceberg. Estamos de frente a escuelas violentas porque existe la violencia estructural.Por consiguiente, es necesario salirnos de esos paradigmas personales, que solo descubren los síntomas de los problemas, debemos partir del postulado de que, no es posible explicar la violencia personal o interpersonal sin un claro entendimiento de su relación con la violencia institucional y estructural, de ahí que nos surjan los siguientes cuestionamientos:
¿Qué lugar ocupa la escuela dentro del actual contexto social, político y educativo?, ¿Por qué se elimina la posibilidad de debatir sobre la violencia en torno a todo el sistema educativo?
¿Por qué el MEP insiste en trasladar la responsabilidad a las y los estudiantes de la violencia que se está expresando dentro de los centros educativos? ¿Por qué el MEP receta la intervención policial con perros a nuestros estudiantes que están en sus aulas?
¿Por qué las y los docentes abren las puertas de sus aulas para permitir que se lleve a cabo ese tipo de intervención policial?
¿Por qué el MEP elabora y ejecuta reformas en nuestro sistema educativo a espaldas de estudiantes y educadores (pero sí las consulta previamente con empresas privadas), impidiendo cualquier tipo de debate abierto y democrático que las pueda cuestionar; impuestas, por lo tanto, de manera autoritaria?
¿Por qué también ofrece un método de promoción que se traduce en arrastre de materias y en una medida de retención en el centro educativo, sin que medien las verdaderas condiciones de una formación integral del desarrollo humano y, en donde realmente el estudiante tenga la posibilidad de ser un sujeto activo en el proceso de su formación - aprendizaje?
¿Por qué se atiende con represión policial las protestas estudiantiles? ¿Cuánto presupuesto está invirtiendo el gobierno en esas intervenciones represivas hacia las y los estudiantes? ¿Capacitando a docentes para… facilitar la intervención represiva? ¿Y es que se puede formar en valores a partir de intervenciones punitivas, represivas, con perros en las aulas?
¿Por qué las madres y padres de familia guardan silencio ante esas acciones de represión dirigidas a sus hijas e hijos? ¿Por qué las y los estudiantes aún no se pronuncian ante la violencia que se les está imponiendo, ejercida desde esas relaciones de poder? ¿Si la defensoría de los habitantes ya tiene denuncias al respecto, porque no se ha pronunciado?
¿Qué tiene que ver la represión y los conflictos prolongados con el desarrollo de la violencia en las familias y las calles? ¿Qué legado o recuerdo se crea a la sombra de la violencia? ¿Cuáles son las consecuencias que perduran en el comportamiento de las personas dentro de culturas violentas?
¿No será que ese antagonismo complejo que enfrenta a estudiantes contra estudiantes, profesores contra profesores, estudiantes contra profesores, dirección contra personal administrativo, entre otros, es fruto de la estructura clasista de la sociedad capitalista y sus luchas están relacionadas con las de clase?
¿Podría la escuela por sí sola revertir esta situación?, ¿Las y los docentes estamos capacitados para educar en valores?, ¿Cómo contribuir, desde nuestro rol, al mejoramiento de esta problemática?
¿Por qué cuando se aborda ésta problemática no se hace referencia a los condicionantes estructurales, tales como las formas que adoptan el mercado laboral y los tiempos y lugares de trabajo en que son explotadas las familias de los estudiantes y los propios estudiantes, lo que puede ser la causa de la desatención parental; el modelo de familia y sus estructuras de poder, que generan comportamientos y visiones autoritarias de las relaciones humanas, además de servir a la reproducción del orden establecido; el progresivo desmantelamiento y desregulación de los servicios públicos, que elimina poco a poco la asistencia social que percibían individuos y familias de los sectores sociales en situación más precaria; el sistema educativo y las reformas que se ciernen actualmente sobre el mismo, que lo llevan a un modelo más desigual y elitista que el actual; las diferencias de posición económica y de estatus entre los estudiantes y entre sus respectivos entornos sociales, que hace que unos barrios, zonas o colectivos sean más conflictivos que otros; las formas actuales de socialización de los jóvenes en sus espacios y tiempos de ocio, que al ser fruto de lo anterior, se convierten en terreno abonado para expresar de forma violenta el malestar acumulado?
¿Será que estos actos de violencia política tienen como meta principal el agotamiento mental directo y causal? ¿A caso ignoramos que las culturas del miedo tienden a crear una atmósfera constante de tensión mediante la represión y el temor continuos, con el fin de obtener el control de una población determinada?
A partir de estas preguntas iniciales, queremos generar un debate que contemple el trasfondo político, económico, cultural, social, educativo y humano que está detrás de la concepción de violencia que se achaca a los estudiantes como entes aislados de su contexto sociocultural.
Además, deberíamos discutir porqué las y los estudiantes aún siguen bajo las tradicionales clases magistrales, en las que se les somete desde la infancia a una estricta sumisión a la autoridad a través del silencio y la obediencia. En donde el objetivo último de dicho proceso es el disciplinamiento de los sujetos de cara al mercado de trabajo, y la reproducción de los roles de comportamiento y de los esquemas ideológicos que legitiman el orden social.
Al respecto Osorio (2006:79-80), señala que, “lo que se expresa es producto de la irrupción de lo social “en” las escuelas”. Por consiguiente, la violencia estructural es la suma total de todos los choques incrustados en las estructuras sociales y mundiales, que hacen referencia a situaciones de explotación, discriminación y marginación.
Entonces, la violencia estructural material y simbólica es la que se manifiesta en hechos observables en las instituciones educativas. La formación social, el modo de producción del capitalismo globalizado y la sociedad nacional, establecen condiciones estructurales que facilitan u obstaculizan las necesidades y las demandas que las expresan: desigualdad, exclusión, marginación, crisis, sufrimiento, muerte, pobreza, explotación, discriminación sexual del trabajo, feminización de la pobreza, el desempleo masivo –especialmente entre las mujeres–, la imposición de la ley del salario único, la homofobia, la exclusión de las minorías.
La privación de experiencias gratificantes en la etapa constitutiva de un individuo produce malestar en la intersubjetividad y se expresa en sentimientos de desesperanza, descreimiento, malestar, hostilidad y destructividad.
Efectivamente, la demagogia barata, los análisis simples y reduccionistas, las soluciones ad hoc y los intereses políticos y económicos de instituciones públicas, empresas editoriales y medios de comunicación, es lo que genera, pese a su supuesta neutralidad, un ambiente social fuertemente ideologizado que legitima el orden socioeconómico y político, impidiendo así una reflexión crítica y una toma de posicionamiento político ante un problema que es también político.
Ante la idea impuesta arbitrariamente de que, la violencia es una expresión propia de minorías marginales como bandas juveniles (maras), grupos terroristas o psicópatas aislados; coincidimos con Jáuregui (1999: 25) quien afirma que, “la violencia es un problema social einherente a la estructura de organización de nuestras sociedades modernas”.
De igual forma, Hanna Arendt (1988) sostiene en su estudio sobre las bases teóricas de la violencia que, la violencia es la expresión más contundente del poder y que surge de la tradiciónjudeo-cristiana y de su imperativo concepto de ley. Ciertamente, la violencia se arraiga en lo más profundo y original de nuestra sociedad occidental, esto es, en los principios más antiguos que fundaron nuestro pensamiento. Si el poder en tanto que potencia se representa por su autoría, el abuso de poder se representa por su anonimato, es decir, por la falta de autor propio en nuestras sociedades modernas, llamadas democráticas, donde el poder de todos es en realidad el gobierno de nadie. (Arendt 1961).
Como educadores, no podemos seguir reproduciendo, el discurso reduccionista que señala la causalidad de la violencia “fuera” del contexto escolar al describirla como una disfunción individual del y la estudiante, como un problema de violencia familiar y como una situación natural en el trato cotidiano entre las y los jóvenes. Sin duda, la intención de esta categorización es reducir lo social a la familia, al barrio y a la naturalización de los fenómenos sociales. Además, el circunscribir la violencia a la escuela o, a lo sumo a la familia de los niños permite no cuestionar la realidad toda, o sea, la injusta estructura social.
Si el problema está afuera, no hay nada que la o el docente pueda hacer, por lo que queda inhabilitado, paralizado, “incapacitado” para abordar el problema. Entendemos que, esta explicación se puede enlazar con el malestar también individual que le genera al docente; el no poder abordar esta problemática de manera colectiva y lo instala así en un “no lugar”, produciendo inhibición, destrucción y quiebre de las identidades colectivas.
Al respecto, el autor Zervino (2004:83), nos advierte que, ciertas afirmaciones acerca de la violencia son de circulación habitual y que son tomadas como verdades confirmadas e indiscutibles: “Los chicos traen la violencia de la casa” y se pregunta ¿Dónde la traen? ¿En qué lugar la traen? ¿En el bolsillo? ¿En el pantalón?... Lo que subyace a esta hipótesis es la idea de la violencia como sustancia. Este autor plantea que, considerar que la violencia es un problema individual o familiar a ser tratado, lleva implícita la noción de la cura del violento a través de alguna clase de psicoterapia, de tratamiento farmacológico o psiquiátrico.
Y aún cuando la terapia se requiera, ésta debe ser un acto político integrado a un contexto social. Pues, consideramos que todo proceso de intervención debe de tomar en consideración la experiencia de la concientización a través del cual las/os jóvenes reconocen la necesidad de no solo cambiar sus conductas de violencia sino también, cambiar las estructuras de opresión y exclusión de nuestra sociedad. krauskopf (2003) señala que el ser humano no es un ser natural, sino cultural, ya que cada contexto histórico-social produce discursos que modelan su subjetividad. También tiene la característica de ser social y simbólico por la posibilidad de construir su realidad atribuyéndole significados. Además, señala el carácter activo del sujeto en la determinación de su desarrollo y de los procesos sociales.
Siguiendo a la misma autora mencionada, en relación a sobrevivientes de violencia, según la investigación en servicios de rehabilitación generalmente concluye que, la gente se puede recuperar de síntomas médicos y psicológicos, pero que las repercusiones de temor, terror y tortura frecuentemente los persigue durante toda su vida. El daño es persistentemente social: las familias se disuelven, se pierden las raíces culturales, se experimenta culpa por sobrevivir, se cometen suicidios, y el reajuste hacia una vida normal es una meta ilusoria.
Tampoco podemos olvidar que, la escuela está instalada en un contexto neoliberal, sustentada en modelos pedagógicos que responde a otros contextos y a otros tiempos, en donde la evaluación es utilizada como herramienta de poder y por ende, se impone a los sujetos escolares estudiar por su naturaleza y responder a las normas y reglas rígidas de la institución (que algunos sujetos se niegan a seguir), generando con ello formas de relación discriminatorias, problemas en el proceso pedagógico, en las relaciones alumno-docente, alumno-director, alumno-alumno, que se intentan resolver con sanciones y castigos desde el paradigma normativo individualista y punitivo, que impide convertir al centro educativo en un espacio donde es posible un mayor acercamiento interpersonal de sujetos sociales mediante una relación dialogal y solidaria. Además, debemos tomar en cuenta que, en muchos casos, los problemas en nuestros jóvenes se encuentran vinculados a la insatisfacción de necesidades culturales básicas como afecto, reconocimiento, estima y pertenencia.
Así mismo, frente a la necesidad adulta de retener el poder, surgen bloqueos en la comunicación intergeneracional, los que pueden resolverse con nuevas formas de colaboración entre las generaciones. Importantes grupos de jóvenes son invisibilizados al no ser reconocidos sus códigos por los adultos ni valoradas sus expresiones. Muchos chicos llegan hoy a la escuela con todas estas carencias.
Es frente a todas estas situaciones entre otras que, las y los docentes, debemos concretizar una dirección a la formación humana que pretendemos entregar a nuestras(os) estudiantes, pensando en el dónde, en el qué, para qué y para quién, apuntando fuertemente a una dimensión valórica, preocupándonos por los derechos humanos, tendiendo a regular la convivencia social, que los conflictos y los problemas sociales se aborden de una forma dialogada, sensibilizar a todos los sectores evitando un deterioro gradual y lograr el compromiso de contribuir a revertir esta problemática que tanto nos preocupa.
Una lucha que no se debería entender únicamente como el imprescindible asalto y derribo de una serie de leyes y procesos, sino también como una lucha cotidiana por lograr la comprensión y el avance de la realidad, por democratizar los centros de estudio, por subvertirlos; una lucha por emanciparnos de toda estructura explotadora y alienante.
Una vez reconocido el carácter institucional y estructural de la violencia, entonces y sólo hasta entonces, podemos hablar de una pedagogía de la ternura, del encuentro social, una pedagogía de la transformación.
Dejamos nuestra reflexión hasta aquí, …para dar paso al debate, a la construcción de nuevos aportes, pero especialmente a la posibilidad de asumir una posición frente al mundo más honesta, más comprometida, más humana.
Referencia Bibliográfica
- ANTXUSTEGI, E. (1999). Hanna Arendt: la política y la violencia.
- ARENDT, H. (1988). Sobre la Revolución. Alianza. Madrid.
- BARREIRO, T. (2004). “Conflictos en el aula”. Edic. Novedades Educativas. Buenos Aires.
- BENTHAM, J. (1979). “El Panóptico”. Ed. La Piqueta. Madrid.
- CHOMSKY, N. (1990). Terrorismo de Estado. Txalaparta. Navarra.
- COREA, C., LEWKOWICK I. (2003). Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas.Buenos Aires, Paidos.
- FOUCAULT, M. (1976). “Vigilar y castigar”. Capítulo 1: El cuerpo de los condenados. Ed. Siglo XXI. México.
- FOUCAULT, M. (1976). Las redes del poder. Conferencia pronunciada en Brasil. Publicada en la revista anarquista Barbarie, Nº 4 y 5 (1981). San Salvador de Bahía. Brasil.
- GARAY, L. y GEZMET, S. (2000). Violencia en las escuelas, fracaso educativo. Seminario. Córdoba.
- GARAY, L., Gesmet, S. (2000). “Violencia en las escuelas. Fracaso educativo. ¿De qué estamos hablando?. Publicación del Programa de Análisis institucional de la Educación. Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba.
- GIBERTI, E. FERNÁNDEZ, A. (1992). La mujer y la violencia invisible. Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
- JÁUREGUI, I. (1999). Violencia y sociedad.
- KRAUSKOPF. 2003 Participación social y desarrollo en la adolescencia, UNFPA, C.R.
- KRAUSKOPF, Dina (1996)«Violencia juvenil: alerta social» en Revista Parlamentaria La crisis social: desintegración familiar, valores y violencia social vol. 4 No 3, C. R.
- MÁRQUEZ de Alcalá, Antonio. 2008. Otoño caliente en Italia: El movimiento estudiantil italiano contra el desmantelamiento de la educación pública
- MUEL, F. (1991). “Espacios de poder”. Genealogía del poder. Capítulo: La escuela obligatoria y la invención de la infancia anormal. Ed. La Piqueta. Madrid.
- OSORIO, F (2006). Violencia en las escuelas. Un análisis desde la subjetividad. Buenos Aires, Ed. Novedades educativas.
- PÉREZ, y otros. “¿De qué hablan las docentes cuando hablan de violencia?” Instituto de Formación Docente. Nº 12. Neuquén.
- ZERBINO, M.(2001). Los supresores de síntomas en La escuela más allá del bien y del mal- comp. Antelo E. Rosario. Ansafé.